El modelo Milei y el incómodo 20 de diciembre

El horizonte...

El gobierno nacional echó a andar las ideas de la libertad. Un país construido por la suma de individualidades que en la búsqueda de su propio beneficio produzcan e intercambien bienes y servicios en el mercado, el orden social surgirá de la síntesis de la espontaneidad de sus miembros. Para ello, hay que reducir el Estado a su única función necesaria: proteger la libertad, la vida, y la propiedad. Nada nuevo. Se trata de las máximas del liberalismo clásico que orientan la conducta del nuevo presidente argentino. Más allá de las fortalezas e inconsistencias propias de cualquier teoría política, la realidad impone interrogantes ¿Cómo aplicar el modelo al contexto actual de la república Argentina? ¿Cómo absorbe el mercado a quienes no tienen bienes y servicios para ofrecer ni la capacidad efectiva de producirlos? ¿Qué pasa con los que no obtienen ingresos para alcanzar el precio de equilibrio de los alimentos más esenciales? En fin ¿Cómo llegar al ideal liberal sin matar a los pobres en el camino? "Ahí está la cuadratura del círculo" confesó el propio Milei cuando le preguntaron con sutileza sobre el asunto. Es el interrogante que el gobierno debe resolver y no tiene resuelto. Es el eje de discusión que le dará forma en los próximos años a la política argentina.

El método...

"Las injusticias se deben hacer todas a la vez a fin de que, por probarlas menos, hagan menos daño, mientras que los favores deben hacerse poco a poco con el objetivo de que se aprecien mejor". La máxima pertenece a los consejos que Nicolás Maquiavelo escribió para asesorar a Lorenzo de Médici. Parece el tipo de razonamiento que guía la estrategia del nuevo gobierno nacional.

En una conferencia grabada, el ministro de economía Luis Caputo, resumió en un decálogo de medidas la política económica: una fuerte devaluación que llevó el dólar oficial a 800 pesos, disminución de las transferencias a las provincias, cancelación de la obra pública, suspensión de la pauta publicitaria, recorte de ministerios y reducción de los subsidios al transporte y la energía. El anuncio incluyó tres concesiones a la realidad que no encajan en el modelo Milei: aumento del 50 por ciento en planes sociales, suba del impuesto País y retención a la mayoría de las exportaciones. Horas más tarde, se sumaban al menú el proyecto de ley para desregular la economía y el protocolo anti-piquete anunciado por la ministra de seguridad Patricia Bullrich. Tras una prudente ausencia presidencial para esperar las repercusiones de los anuncios, finalmente Milei reapareció en las redes sociales para argumentar una rara cuenta: "el 60 por ciento del esfuerzo lo hizo la política, y el 40 por ciento recae en el privado". "Una vez que ordenemos la economía vamos a empezar a eliminar todas esas cosas que a los liberales-libertarios no nos gustan" sentenció.

El supuesto asume que alcanzar déficit cero, caída de la inflación por falta de consumo (con la consiguiente recuperación del ingreso en términos reales), baja de la tasa de interés, estabilidad cambiaria y recuperación de reservas en el banco central, devolverá un panorama de estabilidad propicio para descomprimir la asfixia impositiva y alentar la inversión privada. Un verdadero clima de sana competencia como motor del desarrollo. La variable clave para la factibilidad política será el tiempo y la tolerancia social al proceso de estanflación inducida que el programa económico requiere.

Las cartas están sobre la mesa. En el punto más alto de su legitimidad el gobierno decidió arriesgar parte de su popularidad. Tal vez recordando el fracaso que la tibieza gradualista le propinó a Mauricio Macri hace apenas cuatro años. Despejadas las dudas sobre el rumbo se inaugura la nueva tensión. Las medidas ya se reflejan en góndola y para los votantes de Milei será un "creer o reventar". "Esta vez el esfuerzo dará sus frutos" fue la frase esperanzadora del ministro Caputo. Si se trata de la remake de "la teoría del derrame", "la lluvia de dólares" o "la luz al final del tunes" es difícil saberlo. Tal vez sea el despertar de una Argentina distinta, quizá un nuevo y fallido intento liberal por hacer pie en las entrañas de la américa latina contemporánea.

El 20 de diciembre, una fecha incómoda para todos...

El 20 de diciembre se realizará la tradicional marcha nacional recordando el estallido del año 2001. Se trata de una movilización por lo menos incómoda. Para el gobierno porque rememora la crisis económica y social en la que derivó el neoliberalismo hace dos décadas. Se pone en juego, además, la efectividad del protocolo anti-piquete anunciado por Bullrich hace apenas unas horas. Expone a buena parte de la dirigencia sindical, porque dejará en evidencia la desmovilización total ante el aumento de la pobreza, la indigencia y los derechos de los trabajadores durante el último gobierno peronista.

Será una jornada inconveniente para los gobernadores que serán recibidos el próximo martes por el presidente de la nación. Ávidos de rescatar fondos para obras, sueldos y aguinaldos, tendrán que tomar posición, entre otras cosas, sobre el paquete de medidas que ingresó al congreso y la disposición de las fuerzas provinciales ante los cortes a "la libre circulación". Finalmente, interpela a la dirigencia "progresista", cuya reacción ante las iniciativas del nuevo gobierno es reclamada por sus bases y no ha dado muestras aun de tener algo que ver con la resistencia.

Los tiempos difíciles que se avecinan, irán dejando atrás el terreno teórico y las calles comenzarán a ser testigos de la distribución de roles y fuerzas relativas en la política nacional. El proyecto liberal, pone su legitimidad en juego y el desmadrado progresismo somete a prueba su capacidad de reconfigurarse al ritmo de los tiempos que corren. Un nuevo mapa político que en vísperas de la navidad dará sus primeras pistas.