De Guernica a Ucrania
Se cumplen 85 años del bombardeo ocurrido en la ciudad vasca, suceso que inmortalizará el pintor Pablo Picasso en su famoso cuadro “Guernica”.
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Hay acontecimientos que son hechos históricos, hechos históricos que marcan épocas, épocas marcadas por nombres y nombres que se convierten en símbolos. Guernica es uno de esos símbolos de la era de hierro y fuego que es el periodo de entreguerras.
Era el 26 de abril de 1937, aproximadamente a las 16.30 horas, en Guernica, España, provincia de Vizcaya, País Vasco. Era el día de mercado y la gente de este pequeño pueblo, antiguo y orgulloso, llenaba alegremente las calles y las plazas. A la población habitual, en ese último lunes de abril se le unieron cientos de otras personas, en su mayoría, criadores y agricultores que llegaron con sus bestias y sus productos de los pueblos vecinos. El clima era de fiesta.
En esa franja de tierra a unos kilómetros de distancia del mar, la guerra civil que rugía en España desde julio del año anterior, parecía un horror lejano del que sólo llegaban ecos remotos. Pero ese día, entre los montes se sintió el rugido de los monstruos de acero. Los Junker Ju 52 y los Heinkel He 51 de la Legión Cóndor, los Savoia-Marchetti S.81 Pipistrello y los Fiat CR 32 de la Aviazione Legionaria Italiana. Guernica no tenía defensas antiaéreas. Apenas una población de 5.000 almas indefensas y confiadas. Empezaron a caer las bombas. Primero fue el puente de Renteria y la estación de trenes. Luego el Ayuntamiento, la iglesia de San Juan, el matadero, la alhóndiga, el teatro Liceo…Todo, menos la Casa de Juntas y el célebre Árbol de Guernica, símbolos del nacionalismo vasco. Tampoco la fábrica de armas Astra resultó tocada (un buen botín una vez tomada la ciudad). Misterios de la guerra, aunque no tanto. En pocas horas todo el pueblo quedó reducido a escombros, arrasado, envuelto en humo y destrozado, según las crónicas de la época.
Los corresponsales extranjeros que lograron llegar hasta allí en la noche del ataque y que plasmaron lo ocurrido en las páginas de los principales diarios del mundo, se encontraron el pueblo en llamas, las viviendas derruidas y las calles llenas de cascotes.
“Guernica, la más antigua ciudad de los vascos y centro de su tradición cultural, fue completamente destruida ayer a la tarde por un ataque aéreo de los rebeldes”, comenzaba su crónica George Steer, corresponsal de “The Times” y “The New York Times”. Pablo Picasso, que leyó esa crónica del periodista sudafricano en L’Humanité, empezó a poner en pie la obra de arte más triste de la historia, un grito de horror forjado con lienzo y óleo, con trazos que dibujan figuras dolorosas, destrozadas. “Gritos de niños, gritos de mujeres, gritos de pájaros, gritos de flores, gritos de vigas y de piedras, gritos de ladrillos, gritos de muebles, de camas, de sillas, de cortinas, de vasos…” dijo Picasso.
El número de muertos aún hoy es una incógnita. En los primeros momentos, la prensa extranjera habló de entre 800 y 1.600 fallecidos, aunque estudios posteriores han apuntado que fueron menos.
Hace unas semanas, a casi 85 años del bombardeo de Guernica, el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, comparó frente al parlamento español la guerra en su país con la masacre de Guernica: "Estamos en abril de 2022, pero parece que estamos en abril de 1937 cuando todo el mundo se enteró de lo que pasó en una de sus ciudades, Guernica".
Las comparaciones son peligrosas y tal vez un análisis más profundo no resista a muchas analogías entre Guernica y las ciudades devastadas en Ucrania. Pero hay algo de lo cual estamos seguros: hoy las Guernica se suceden sin tregua. Hoy, mientras declaramos las bombas "inteligentes", la destrucción de pueblos enteros y las muertes de civiles ya no son noticia. Guernica, por tanto, continúa: en los cuerpos de los niños destrozados bajo las bombas y en la mentira que prepara y justifica guerras injustificables; pero quizás también en el deber de los artistas, intelectuales, políticos y simples individuos de trabajar por la verdad.
* Profesor Nelson Salvati