Antonio Di Benedetto, una vida dedicada al silencio
El 2022 es el año del centenario del nacimiento de un gran escritor argentino del siglo XX, Antonio Di Benedetto, que entre la escritura y el exilio hizo de la ausencia de palabras su credo existencial
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Conocí a Antonio Di Benedetto, escritor y periodista mendocino, amante del cine, de la noche y del silencio, a través de la voz enérgica y determinante de mi maestra de séptimo grado, en aquellos años donde todavía las maestras tenían el suficiente coraje y la refinada cultura para leer a Di Benedetto en las aulas.
Mucho más tarde llegarían a mis manos su novela “El silenciero”, publicada en 1964. Se trata de una historia que en su acción plantea una hipótesis simple: un hombre intenta escapar del omnipresente ruido, del retumbar insignificante de los rumores cotidianos que lo torturan física y metafísicamente. El ruido es el mundo y el silenciero lo sufre y no puede sentirse parte de él: "Las frases vulgares, al venir sobre mí, me hacen temer a quienes las pronuncian».
Antonio Di Benedetto también fue un “silenciero” junto a otros grandes de la historia de la literatura que permanecerán atrapados en el silencioso momento irreal de la creación que los separa de la espantosa realidad. Reunidos como en un festín del alma, en la frágil memoria del silenciero, se escuchan sus voces, nunca vibrantes y hechas de letras mudas, de la misma sustancia que los sueños: Pessoa, Borges, Camus, Kafka, Pirandello, Michaux, Montale. Dulces fantasmas que creían en el silencio y que ahora esperan junto al único compañero que puede seguirlos a cualquier parte y vencer a la muerte: la escritura.
La vida de Antonio Di Benedetto es la historia de un largo silencio. Solo silencio, expresivo y poderoso como una bofetada, brotó de él al final de los dieciocho meses en una celda que le impuso el secuestro de la Junta Militar. Se lo llevaron sin dar explicaciones pocas horas después del golpe, en la noche del 24 de marzo de 1976. Le pusieron en el pecho el rótulo de "subversivo" y lo liberaron el 3 de septiembre del año siguiente, gracias a la intervención de algunos intelectuales como Victoria Ocampo, Ernesto Sábato y el premio Nobel Heinrich Böll. Di Benedetto sospechó que su única falta había sido una denuncia falsa, un oscuro triángulo amoroso o un castigo que podría ser un ejemplo para todos aquellos que no aceptaron someterse al régimen. Nunca le dieron explicaciones por ese arresto: “y esta incertidumbre es el mayor lastre”, declaró años después.
Poco más que silencio sazonaba el exilio autoimpuesto durante la dictadura: en Madrid no podía escribir, se sentía inadecuado porque le faltaba el techo del cielo azul del desierto, ese que, desde Mendoza, ciudad que lo vio nacer en 1922, pudo absorber desde las ventanas del diario que dirigía, Los Andes. Era el periódico donde había empezado a trabajar a los dieciocho años y donde podía sentirse menos ajeno al mundo porque podía inocular en escritos secos y estoicos esa ironía suspendida que lo convirtió, según una crítica tardía pero entusiasta, en "el estilo más original de la literatura argentina del siglo XX", lo que llevó a la reedición, desde 1999, de todas sus obras y que lo consagró, según La Nación, como "uno de los secretos mejor guardados de la literatura nacional".
Los años del exilio transformaron definitivamente al silenciero en un extraño universal: si antes el mundo nunca le había pertenecido, ahora él también se apartó del mundo como quien saca un peón del tablero de ajedrez cuando ha terminado su tarea y lo deja a un lado. En esos años en España, el sueño y el suicidio, las dos técnicas de escape perfeccionadas por el hombre a lo largo de los siglos, lo habían absorbido como una obsesión. Así lo demuestran “Los suicidas” (1969), su tercera novela; “Absurdos” (1978), la colección de "sueños inducidos" recopilada para resistir la memoria del encarcelamiento y “Sombras, nada más“ (1985), publicada un año antes de su muerte y que muestra el camino recorrido hacia el delirio onírico, lejos de la soledad, la culpa y la nostalgia.
El silencio también lo acogió cuando regresó a la Argentina después de seis años de exilio, durante los cuales, además de permanecer en España, había dictado conferencias en Estados Unidos sobre literatura latinoamericana en numerosas universidades. Parecía, entonces, “veinte años mayor, con el cabello decolorado prematuramente, una gran barba y un constante temblor en las manos. Se veía que tenía problemas económicos que trataba, con disimulado regocijo, de ocultar».
Y si el silenciero prodigaba silencio, era silencio lo que recibía a cambio del mundo. Su primera colección de cuentos, “Mundo animal” (1953) se imprimió en 300 ejemplares y sigue siendo su mayor homenaje a Borges, de quien había aprendido que "lo fantástico es una puerta de entrada a la realidad". La crítica lo alabó, así como elogió “El pentágono” (1955) y “Zama” (1956). Pero el público nunca lo amó de verdad, ni lo leyó. Se creó con los potenciales lectores una relación de desconfianza que sólo el tiempo podría salvar, como efectivamente lo hizo.
"La figura desarticulada, el cuerpo traslúcido, el andar monorrítmico. Y esa mirada extraña. Era una sombra". Así describe a Di Benedetto el escritor Ángel Bustelo, quien reconstruye su vida en el testimonio “El silenciero cautivo”. Y esta falta de gen mundano, que expresaba hasta con gestos y porte, le costó a Di Benedetto un aislamiento que lo reforzaba en su rudeza y sustentaba su obstinada humildad: «el escritor debe ante todo producir el rechazo del lector. Si el lector se identifica con el protagonista, estará perdido».
Sin embargo, en una de las últimas entrevistas concedida a Clarín, en el verano de 1985, todavía declaraba: “Quiero intentar ser valiente en la medida en que mi cobardía me lo permita”. Es el espíritu indómito y paradójico del silenciero, nunca hechizado por el canto de las sirenas de la Realidad.
* Redacción por Nelson Salvati.