Masacre y tiroteos en las escuelas: Reflexión sobre las posibles causas
Ya es de público conocimiento lo acontecido recientemente en escuelas de Estados Unidos con armas y muertes involucradas. Y también la violencia de diferente índole y amenazas en instituciones educativas de Argentina.
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Tales sucesos han despertado conmoción social, angustia y preocupación en madres y padres con hijos que asisten a diario a la escuela donde pasan considerable parte de la semana.
La violencia adquiere diferentes nombres según el ámbito en el que se desarrolla. En el caso de las instituciones educativas, Bullying (a grandes rasgos) es la palabra con la que reconocemos la violencia escolar entre pares.
El bullying puede presentar diversas consecuencias de índole emocional, físico y neurológico en quienes lo padecen y en quienes lo ejecutan. Por lo que es preciso mencionar que no se trata de una problemática lineal y simple. Quien daña es muy probablemente alguien que también está dañado y quien es dañado tiende a lastimarse o lastimar a otros. Se trata de un problema más complejo y circular.
Es común el interrogante sobre si todas las noticias asociadas a esta problemática generan miedo y como consecuencia “se reduce” la manifestación de estas conductas a causa del miedo. O verdaderamente se comprenden las horribles consecuencias de la violencia desde su raíz y las causas que la generan.
Hoy estamos sumergidos en un mundo globalizado, donde el producto que las empresas compran y venden es nuestra atención. No siempre nos damos cuenta, pero pasamos mucho tiempo en las pantallas, más pendientes de lo que pasa en nuestro dispositivo móvil que de lo que hay a nuestro alrededor, corriendo el riesgo de volvernos consumidores pasivos que no tienen control sobre dónde dirigir su atención y su tiempo. Y este fenómeno es observado y aprendido por los niños y niñas que nos rodean y más tiempo pasan con nosotros.
Pensándolo desde esta perspectiva, ¿quién está educando a los niños hoy, la familia, la escuela o el mercado y la televisión? Cuando la vorágine del siglo XXI arrasa con sus exigencias y estándares, cuando el rol de la mujer ya no está supeditado al hogar y la crianza y padres y madres pasan más tiempo fuera del hogar, ¿con quién/qué se quedan los niños y niñas?
Es fundamental que para el crecimiento saludable de un niño o niña se genere un apego seguro. Sin la consciencia de estos factores que nos alteran la percepción del entorno y el tiempo, difícilmente podamos ofrecer la contención, atención y espacios para un mejor desarrollo integral de nuestros hijos.
Ahora bien, pensemos cómo la ausencia de un apego seguro puede manifestarse en edades más avanzadas como la adolescencia y la adultez. Cabe introducir el término empatía como la contraparte de la violencia para que se comprenda el papel de la misma a la hora de buscar soluciones y comprender causas ante acontecimientos como éstos.
¿Cómo funciona el cerebro cuando tiene lugar la violencia?
El desarrollo de la conducta violenta es inverso al desarrollo de la empatía. La empatía, según la Real Academia Española, es la capacidad que tenemos de ponernos en el lugar de alguien y comprender lo que esta persona siente o piensa. El origen del término se encuentra en un vocablo griego, empátheia, que hace referencia a la capacidad cognitiva de percibir los sentimientos ajenos como propios.
Los últimos estudios en neurociencia arrojan que la empatía en un importante inhibidor de la conducta agresiva y violenta. En su libro Educar en la empatía: el antídoto contra el Bullying, Luis Moya Albiol, Doctor en Psicología, explica que las áreas cerebrales que regulan la empatía se solapan en parte con las de la violencia, de modo que la activación de esos circuitos cerebrales hacia un sentido, por ejemplo hacia la empatía, podrían actuar biológicamente como inhibidores del otro, es decir, de la violencia.
Dado que el Bullying es una conducta violenta, la educación en la empatía como un antídoto contra el mismo, es esencial. La asociación Estadounidense de Psicología describe al Bullying como un serio problema de salud pública que se ha incrementado en los últimos años. Los factores involucrados en este fenómeno tienen que ver con la no aceptación, ya sea de etnia, cultura, orientación sexual, aspecto físico, diversidad funcional, gustos o preferencias y/o recursos económicos.
Durante un largo tiempo se utilizaron ciertas premisas para entender el comportamiento humano tales como: “el ser humano es malo por naturaleza y la sociedad es un reflejo de ello” y más tarde, “el ser humano es bueno por naturaleza y es la sociedad quien lo corrompe”. En la actualidad, se ha evolucionado a una perspectiva un tanto más integradora que comprende que diversos factores biológicos y ambientales en interacción constante, regulan la expresión de la violencia, pero a su vez, la misma influye sobre estos factores.
En resumidas cuentas, cada persona nace con una predisposición a ser empática variable, que viene en un porcentaje atribuida por la genética y por cómo se ha formado el cerebro, entre otros factores biológicos. Y serían las experiencias vividas a partir del ambiente y el aprendizaje en y sobre el mismo los que influirán considerablemente en nuestro desarrollo.
De hecho, hay experimentos y estudios que reflejan que existen personas con una estructura mental o condición genética con predisposición a la violencia que no han manifestado o desarrollado conductas violentas en su vida y experiencia. Y personas con la estructura mental de alguien promedio, sin factores orgánicos predisponentes a la violencia que, sin embargo, sí han desarrollado conductas de esta índole en mayor medida que el primer grupo.
¿Cuándo aparece la empatía?
La misma aparece entre el segundo y tercer año de vida y termina de madurar en la edad adulta. Ello no significa que una vez alcanzada esa maduración sea imposible desarrollar o mejorar la capacidad empática de alguien. El entrenamiento en empatía se puede llevar a cabo durante toda la vida, sólo que es mejor ser conscientes de cómo funciona con mayor antelación.
Ahora bien, en los adolescentes hay un desajuste en el control de los impulsos, ya que el desarrollo del sistema límbico (estructura más primaria) se acelera cuando comienza la pubertad y alcanza su mayor evolución alrededor de los 20 a 23 años. Como el control de impulsos es una función de la corteza prefrontal (que aún no se desarrolla de forma óptima en ese estadío, sino a partir de los 20 años) es que los adolescentes son más proclives a implicarse en conductas arriesgadas.
Por ello es de vital importancia que empecemos a educar en la autogestión emocional como una de las maneras de prevenir el comportamiento violento. Los niños y niñas con adecuado manejo de sus emociones tienen indefectiblemente mayor capacidad de empatía. En cambio, aquellas personas que tienen mayores dificultades para regular sus emociones negativas y además tienden a vivenciarlas de un modo muy intenso, suelen presentar menor comprensión hacia los demás y mayor malestar ante lo que les ocurre.
Para que los infantes puedan desarrollar esta capacidad es fundamental la Metacognición (que significa pensar sobre nuestros pensamientos) y se ejercita a través del Mindfulness, y así se facilita la maduración de las zonas cerebrales que incluyen el córtex prefrontal y el córtex cingulado, sumamente involucradas en el desenvolvimiento de la empatía.
Por otra parte, otra de las piezas claves en la empatía es una sustancia llamada oxitocina, que está íntimamente implicada en la conducta social, el establecimiento de vínculos, la cooperación, la confianza, las expresiones del rostro y el amor. Esta sustancia se libera y se retroalimenta cuando tiene lugar el afecto y el cariño. Por lo que una infancia sin estos ingredientes tiene mayores dificultades en el desenvolvimiento y avance de conductas adaptativas y asociadas a la cooperación y desenvolvimiento social.
En conclusión
Es importante involucrar a todos los sistemas que circundan al niño o niña para trabajar sobre la prevención y promoción de la salud mental de los jóvenes y podamos dedicarnos más a construir fortalezas y no tener que invertir demasiado en la reparación de daños que podrían ser considerablemente más evitados.
Una crianza donde la familia y la escuela recuperen el lugar que ha ocupado la tecnología y el mercado puede habilitar infancias más plenas y saludables que nos permitan a la vez introducir límites, consensuar reglas y respetar y recordar los derechos de las infancias sin necesidad de llorar tragedias como estas.
Abramos puertas, abramos brazos, hagamos espacio y abracemos a nuestr@s niñ@s.
* Por Merlina Faggiolani, Lic. en Psicología - Mat. 4674
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