La fuerza del rito
La reina Isabel II recibió un último adiós que devuelve todo su sentido al apelativo de majestuoso y evidencia que nadie maneja mejor los ritos que la monarquía británica.
Por Nelson Salvati - Especialista en lenguas extranjeras
Millones de personas pegadas a las pantallas de televisión en todo el mundo. Horas en una fila de espera para saludar el féretro que contenía los restos de Isabel II. El epílogo de una vida que se convierte en la apoteosis de una soberana. ¿A qué fuerzas podemos atribuir la profunda atracción y emoción que suscita el espectáculo universal por los honores reservados a la reina de dos siglos? ¿Por qué la secuencia de ceremonias, el desfile de los grandes y humildes de la Tierra catalizaron y acapararon la atención mundial y despertaron la emoción colectiva e individual? ¿Por qué Isabel II mantuvo unidas a una dinastía y a una familia controlando los vicios y las virtudes de personalidades tan discutidas? ¿Por qué reconocemos en su destino el desenlace común de los humanos frente a la fuerza niveladora de la Muerte?
Tal vez la respuesta la encontremos en la lección de un gran escritor como Antoine de Saint-Exupéry, que en un diálogo entre El Principito y el zorro nos ofrece unas fulminantes frases sobre la fuerza de las costumbres:
"- ¡Los ritos son necesarios!"- dijo el zorro. - ¿Qué es un rito? - preguntó el principito. - Esto también es algo olvidado hace mucho tiempo - respondió el zorro. - Es lo que hace que un día sea diferente de otros días, una hora de otras horas. Hay un rito, por ejemplo, entre mis cazadores. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. ¡Entonces el jueves es un día maravilloso! Voy hasta la viña. Si los cazadores bailaran cualquier día, los días serían todos iguales, y yo nunca tendría vacaciones-. Así el principito domesticó al zorro.”
Del rito, entonces, brota una invulnerable atracción magnética. Los procesos de ritualización consisten en hacer visibles, audibles y tangibles ideas, pensamientos, sentimientos y emociones que, en general, dan cohesión a la vida social. Cualquier expresión diferente puede poner en peligro la unión del grupo.
Durante los días que siguieron a la muerte de la Reyna Isabel II asistimos a la escenificación de un rito que devuelve todo su sentido al apelativo de majestuoso. Un rito que reunió el conjunto de reglas preestablecidas y vinculantes que rigen la cohesión de una nación. El ritmo pausado y monótono de los acontecimientos que se han repetido durante siglos sustenta el sentido de comunidad, le ofrece la fuerza para reconocerse y sentirse unidos, y promueve la solidaridad.
En una era líquida, sabemos que la tendencia es "desritualizar" cada personaje, degradar cada vida, incluso cuando tiene una estatura gigante; cada evento, incluso cuando contiene una astilla de inmortalidad. Necesitamos por lo tanto de los ritos, un bien del bagaje antropológico de un pueblo o de una civilización, un bien muy preciado e insustituible.
El funeral de Isabel II y el ceremonial de muchos días marcados por un rígido protocolo que se renueva y repite, ofrecieron la seguridad de reglas rígidas para cimentar los sentimientos y la identidad de un pueblo.
Todo se movió en el duelo, en la armonía alborotada de la Familia Real y de un Rey Carlos que tranquiliza y declara públicamente la continuidad de un linaje. El accidente de la pluma nos hizo sonreír y nos descolocó por un instante: El rey tenía su propia estilográfica…pero no era la del ritual. Quién sabe si el rey Carlos, en ese momento, no recordaría la lección del Principito.