A 53 Años de los disturbios de Stonewall. Entre sobriedad y excesos.
El motÃn en el bar de Nueva York que comenzó la noche del 27 de junio de 1969 y que se considera la fecha de nacimiento del movimiento LGBT moderno marcó una ruptura radical en la historia del activismo gay.
Por: Nelson Salvati
La sobriedad que hay que perseguir, los excesos que hay que evitar. Las pelucas en el cajón, las corbatas bien anudadas. Cada año, en otoño, con el Orgullo gay vuelven los castigadores de los disfraces, los bien intencionados que señalan el camino de la "protesta racional" en contra de las ostentaciones desmedidas para conmemorar la jornada. Todos tienen razón en sus opiniones y argumentaciones, pero a veces la historia se impone.
En la narrativa demasiado simplificada que acompaña cada aniversario de los disturbios de Stonewall, nunca hay un antes y, por lo tanto, es difÃcil comprender incluso el después. Sin embargo, el motÃn en el bar de Nueva York que comenzó la noche del 27 de junio de 1969 y que convencionalmente se considera la fecha de nacimiento del movimiento LGBT moderno se entenderÃa mejor si se conociera que marcó la ruptura radical con lo que sucedÃa en años anteriores. Antes de eso, de hecho, los gays y las lesbianas se manifestaban en trajes (hombres) o tailleurs (mujeres) en nombre de la respetabilidad. TenÃan objetivos graduales, muchos estaban convencidos de que parte de la discriminación contra ellos estaba justificada; consiguieron algo que en ese momento parecÃa mucho y que, después de 1969, de repente resultó muy poco en comparación con lo que realmente se podÃa ganar con la revuelta, el desafÃo a la autoridad y la burla.
Es necesario recuperar una foto antigua del New York Times para entender lo que sucedÃa antes de los disturbios Stonewall. Estamos en 1966 y cuatro jóvenes de traje y corbata se sientan en la barra de un bar de Greenwich Village, el Julius. Los cuatro son miembros de una asociación activista gay. La foto es histórica: el cantinero tiene una mano en el vaso para evitar que uno de los cuatro, Dick Leitsch, beba. El motivo es que Dick acaba de declarar que es homosexual y una ley vigente en la ciudad prohÃbe servir alcohol a personas con comportamiento "desordenado".
La batalla del sorbo dice mucho sobre esos años. Todos los participantes son hombres, cisgénero y blancos, hombres que quieren parecer respetables, ante todo. Entre los principales reclamos de la asociación estaba, además de poder frecuentar libremente los bares sin ser arrestados, la solicitud a las instituciones para frenar los abusos de la policÃa corrupta. Hasta aquà fue lo que pudo la sobriedad. Esto era, más o menos, todo lo que era legÃtimo y razonable reclamar en 1966, poco antes de junio de 1969. Después de eso, todo cambió.
Por qué estalló el motÃn en el bar Stonewall la noche del 27 de junio de 1969 en respuesta a una redada policial es uno de esos hechos que los historiadores se han cuestionado durante años. Las redadas en los bares de Nueva York en esos años eran frecuentes, los arrestos casi una rutina. ¿Por qué en Stonewall y en ningún otro lugar? Stonewall no era el paraÃso, todo lo contrario. Regentado por la mafia, sin agua corriente, sin vÃas de escape posibles en caso de incendio, servÃa cócteles aguados y era utilizado por el crimen organizado para chantajear a los ricos, especialmente a los corredores de bolsa de Wall Street, a quienes les encantaba pasar allà las noches. El Stonewall, sin embargo, también era uno de los pocos bares donde era posible bailar en dos grandes salas traseras. Ningún otro lugar hubiera corrido el riesgo de permitir que dos hombres, o dos mujeres, se abrazaran en público y se movieran al ritmo de la música. AquÃ, sobre todo, las personas rechazadas en otros lugares encontraron acogida. Hombres demasiado afeminados o mujeres demasiado masculinas. Transgénero. Travestis. Jóvenes sin hogar. Negros. Era el bar de los últimos de los últimos, de los que no tenÃan nada que perder y que, fuera del Stonewall, no podÃan haber ido a ningún otro lado. Odiaban a los policÃas, muchos de ellos dormÃan en la calle, algunos vivÃan de la prostitución, otros del tráfico.
No sabemos con certeza lo que desencadenó la revuelta contra la policÃa. Lo que sabemos en cambio con seguridad es que los disturbios de Stonewall fueron instigados y llevados a cabo por los elementos más despreciados y marginales de la comunidad lesbiana, gay, bisexual y transgénero. Y estalló porque, a diferencia de muchos gays blancos, que vivÃan una doble vida, todas estas personas no podÃan ocultar lo que eran y, por otro lado, no tenÃan nada que perder.
El tiempo de la respetabilidad, de la sobriedad, si alguna vez existió, terminó esa noche de junio de 1969. Una multitud de hombres afeminados, travestis y lesbianas vestidos de hombres mantuvieron a raya a la policÃa y humillaron a los cuerpos antidisturbios incapaces de hacer frente a un motÃn protagonizado por personas que, por su "ambigüedad sexual", eran consideradas las menos capaces de defenderse y luchar.
Lo que vino después es historia. Las manifestaciones callejeras, el radicalismo del Frente de Liberación Gay, la liberación sexual antes de los años del sida. En definitiva, todo lo que se consiguió al dejar de ser sobrio, aceptable.
¿PodrÃa haber sido de otra manera? Quizás sÃ, pero el pasado es lo único que no podemos cambiar. El Stonewall, que reabrió sus puertas en la década de 1990, todavÃa está allà en Christopher Street. A la vuelta de la esquina, el Julius nunca ha dejado de servir cocteles y cervezas. Pero la juventud queer ya no se reúne aquà en Greenwich Village. Emigraron en masa a Brooklyn, donde clubes celebran todas las noches la mezcla de etnias, identidades y roles de género con veladas de baile que habrÃan complacido a los clientes del Stonewall y tal vez habrÃan escandalizado a los del Julius. Es el mundo después de junio de 1969 y no, no tiene aire de sobriedad.