Pier Paolo Pasolini: la vigencia de un artista
El legado del gran intelectual y cineasta italiano, de cuyo nacimiento se celebra este año el centenario, cobra nuevo sentido para comprender e interrogar el presente.
Por Nelson Salvati
Hace 100 años, en Bologna (Italia), nacía Pier Paolo Pasolini. Un artista corrosivo que escribió teatro, poesía, novela y ensayo, dejando un amplio legado literario y cinematográfico.
Hoy, caídos los prejuicios, diluidas las polémicas que durante mucho tiempo han intentado oscurecer su memoria o negar sus méritos, emerge con más vigencia que nunca la figura y la obra de Pier Paolo Pasolini, tal vez el intelectual más lúcido del siglo pasado.
Su visión herética del cristianismo y el marxismo y su libertad sexual e ideológica lo alejaron progresivamente de la clase política. Tenía todos los defectos posibles: era homosexual, comunista y provocador.
Fue valiente cuando escribió que “Nada es más anárquico que el poder. El poder prácticamente hace lo que quiere. Y lo que quiere el poder es completamente arbitrario o dictado por su necesidad de carácter económico que escapa a la lógica racional”. Y todo ello con profunda e incurable tristeza por la desaparición de un mundo más auténtico y justo.
Fue sincero y franco cuando no escatimó críticas contra la homologación masiva o la desaparición de la sociedad rural. O cuando, aunque cercano a la espiritualidad cristiana absorbida desde niño por la madre, se vuelve muy crítico con la Iglesia, de la que esperaba más coraje para oponerse a la deriva consumista de la sociedad.
Pasolini es uno de los intelectuales que mejor nos puede ayudar a entender las guerras culturales de nuestro tiempo. Volátil y maleable, el hombre moldeado por la sociedad de consumo no solo carece de personalidad, también de voluntad. Se convierte en víctima de un consumismo que considera “el nuevo poder que engaña al pueblo”, capaz de producir “bienes superfluos que hacen superflua la vida” en detrimento de una sociedad formada por “consumidores de bienes sumamente necesarios”.
El suyo es un compromiso social. Casi una misión pedagógica que lo empuja, tanto en su narrativa más conocida, como en casi toda su producción artística, a dar voz y cuerpo poético a un universo de marginación, de injusticia y de dolor. Una motivación, la que anima a Pasolini, que es la misma que lo acompaña a lo largo de su historia literaria, poética y humana, a menudo deliberadamente polémica y provocadora, pero siempre constructiva, honesta, nunca perjudicial.
El trágico final, en circunstancias nada claras, en el corazón de los suburbios romanos tan queridos por Pasolini, apagó para siempre su voz.
Después de aquel lejano 2 de noviembre de 1975 somos huérfanos de Pier Paolo Pasolini; extrañamos a ese genio que, aun en silencio, sigue hablando. Y son muchos los que piensan que nos falta su voz libre, su poesía, su arte, su herejía. Extrañamos su ser y su saber mezclarse con la gente; ser una voz y un pueblo juntos.